Era
un típico viernes en la noche en un típico bar de la ciudad. Como de costumbre
mi soledad y una copa de vino eran mi única compañía, ella era la compañera
fiel de mis perversiones mas profundas, una de las cuales es mirar y analizar
las historias de las personas que frecuentan mi bar, mi oficina. Alrededor de
las 10 de la noche, me llamo profundamente la atención un hombre que fumaba,
usaba una chaqueta negra, lo mire por varios minutos, pero mi análisis quedo
corto, pues llegó una mujer, se saludaron y de inmediato se dirigieron a la
barra. Ella hermosa, pero se le notaba a leguas lo nerviosa que estaba, los
colores vivos del lugar contrastaban con su vestuario, que hombre más
afortunado, pensaba. Después de ordenar varios tragos empezaron a conversar,
como si el pasado llegara a tocar las puertas del presente, cuando de repente
ella sin mediar palabra comenzó a llorar, al parecer algo disgustada la mujer
agarro su cartera y salió corriendo, su
encuentro no había sido grato, antes de irse tomó un trago de tequila y
sencillamente se fue, sin dar ni una mirada atrás. Cuando traté de seguirla con
la mirada me llamo la atención otra persona, ya esta historia había llegado a
su fin.
Era
un hombre que se hallaba solo en una de las mesas del largo y saturado bar, que
más se podía esperar si habían varias personas esperando turno para poder
ingresar y solo los de buenas que llegaron a tiempo lograron entrar para
disfrutar de aquella noche. Aquél hombre, que llevaba su corbata desanudada y
una camisa gris con pantalones negros, sorprendentemente no miraba a nadie y
estaba perdido en sus pensamientos y en la copa de Martini que tenía en sus
manos. Después de un largo rato de espera, la mesera se acercó para decirle que
por fin había una mesa vacía en toda la terraza del bar, en donde la ciudad se
veía espléndida con una luna llena que bañaba la noche. El hombre se sentó en
la mesa asignada y pidió otra copa más y se dedicó a disfrutar de la vista que
tenía y esperar a que el tiempo pasara.
Aproximadamente
tres copas después, recibió una llamada que se veía era la esperada por él
desde su llegada, su cara y estado de ánimo cambiaron de inmediato, hizo señas
a la mesera para que se acercara y le ordenó esta vez una botella de vino tinto
con dos copas, arregló un poco su corbata, se enderezó y por primera vez se
decidió por ver el lugar y las personas por las que estaba rodeado. Miró cada
detalle del lugar, las paredes distintas a otros sitios estaban hechas con
grama y el verde era el color mas resaltante de allí, las mesas todas puestas
de forma estratégica para que la vista panorámica no se viera opacada y fuera
el principal centro de atracción, el techo de madera con formas asimétricas,
toda la mueblería de un color blanco que combinaba perfectamente con la madera,
las luces en tonos verdosos y azules le daban vida al ambiente y al fondo el
sonido y la belleza de una ciudad que se preparaba para una típica noche de
viernes.
Y él
estaba allí, rodeado de una cantidad de personas que le importaban un comino,
solo se concentró en aquel hombre que ingreso pocos minutos después y que hizo
que su estado de ánimo mejorara considerablemente, se saludaron de forma
cordial pero distante, pero se podía ver la alegría de verse el uno con el
otro. El hombre entrante usaba una camisa blanca y chaqueta beige, más informal
que su amigo, lucía avergonzado por haber hecho esperar a su compañero y hacía
señas que parecían gestos de disculpa.
Su
compañero al principio se mostraba reacio pero definitivamente se encontraba
con un mejor humor al que había llegado, los dos se comportaron amablemente
entre sí, riendo y hablando por bastante tiempo, ahora definitivamente estaban
concentrados uno en el otro en aquella esquina del bar en donde todos estaban
demasiado entretenidos y ocupados como para fijarse en ellos dos. Luego de
terminar su botella de vino, cogieron sus chaquetas y partieron a lo que parece
iba a ser una noche estupenda para ambos.
Cuando salían de repente entró un
hombre joven de aspecto y algo trastornado, se sentó en la barra y ordenó una
cerveza. Después de darle varios sorbos prendió un cigarrillo, el cual le
alumbró la cara y las enormes ojeras que la cubrían; al parecer no había
dormido en días, se veía muy perturbado. Su atención estaba enteramente
centrada en la cerveza, hasta que ella se le acercó y le pidió candela. Esta
mujer que siempre estaba en el bar ha sido la responsable de innumerables
corazones rotos y alguna que otra sábana cubierta de sudor, ella era como yo;
presa de sus perversiones, pero yo no dejaba que nadie supiera las mías, ella
en cambio era abierta a cualquier aventura que la noche le regalara, su
espíritu libre no sabía de ataduras ni remordimientos. Después de conversar
algunos minutos el semblante del hombre cambió totalmente, además ordenó una
botella de champagne, cosa que parecía rara en el, dado su aspecto rudo y
rockero; ella lo tenía en sus manos, no era si no cuestión de minutos para que
los dos salieran del bar cogidos de la mano, besando sus bocas pecadoras como
un adolescente en calor, y yo, el narrador voyerista de esta historia detrás de
ellos, mi esposa, la ninfa, había escogido nuestra próxima víctima, la noche
iba a ser larga.
POR
JUAN CAMILO TOBÓN
MARIA ALEJANDRA FIGUEROA
DANIELA DOMÍNGUEZ BUSTAMANTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario