Por fin libre, miró hacia arriba y allí
estaba el letrero de neón rojo incandescente sobre la entrada. Echó un vistazo
adentro, había poca gente y la música le daba un respiro de toda esa multitud
amorfa que estaba afuera. Entró. Se sentó frente a la barra y pidió una cerveza
para empezar, nunca había estado allí, pero se sentía parte del lugar. Poco a
poco el lugar se iba llenando, miraba a través de la ventana tratando de
predecir quién entraría y quién no. Estaba impaciente, la botella estaba casi a
la mitad. Salió a fumar. Se recostó en la pared junto al cartel de la entrada,
miraba los carros subir con velocidad, miraba la gente que pasaba y se unía a
la multitud amorfa… Terminó su cigarrillo y entró. Un salón grande le recibía;
a la izquierda estaba la barra, a la derecha (sobre una especie de zarzo)
estaba la mesa del que pone la música, un par de mesas de billar en el centro,
y a través de un pasillo corto divisaba en el fondo un patio amplio con mesas
alrededor. Miró detenidamente los anuncios publicitarios viejísimos que
colgaban de las paredes, sabía que le daban un toque especial al lugar, pero no
lograba definir qué. Puso la botella vacía sobre la barra y le pagó al joven
que estaba tras ésta, le preguntó por el baño y él le señaló bajo de la especie
de zarzo. Se dirigió sin prisa mientras veía que una pareja se le adelantaba hacia
el baño, pensó que tal vez no debería interrumpir cualquier cosa que harían
allí y se devolvió hacia la barra. Pidió otra cerveza.
El tiempo parecía no correr en ese lugar
(aunque un reloj grande a su lado indicaba lo contrario). Ya iba por la cuarta
cerveza y le urgía ir al baño; de solo pensar lo que hace un rato pudo pasar
allí le hacía dudar, no es que un manto de puritanismo le cubriera, sino que
prefería evitar imaginarse más cosas sobre esa pareja. El barman notó su
indecisión y le dijo que al fondo, en el patio, había otro baño. Volvió a la
barra y pidió otra cerveza, esta vez comenzó a caminar por todo el lugar,
intentó nombrar los países de cada bandera, cada anuncio que veía le traía un
recuerdo (como si hubiera estado allí cuando lo mostraron por primera vez) y no
lograba contarlos todos. Se sentó en una silla del patio y prendió otro
cigarrillo. Mientras fumaba miraba como la gente que estaba allí disfrutaba de
la noche entre risas y tarareos, declaraciones y besos, entre “saludes” y
“aludes”; miraba como ignoraban su presencia y se aprovechó de eso para seguir
“husmeando”. Un letrero luminoso de cualquier marca de cigarrillos le llamó su
atención y le dirigió hasta otro salón donde había otra mesa de billar, un
grupo de amigos acababa de salir de allí y antes de que el mesero pudiera
ordenar el salón entró y se sentó en una banca. Más anuncios. El movimiento de
las bolas de billar y el sonido electrizante de las luces de neón se mezclaban
creando un ritmo hipnotizante, mientras la canción que sonaba en ese momento le
producía la nostalgia de encontrarse con viejos amigos (esos que nunca
llegaron).
El mesero entró, recogió las cervezas y
salió. Lo siguió hasta la barra y le pidió algo que no fuera cerveza, algo
nuevo que le estremeciera; el mesero regresó con 50 ml de un líquido rojo
vibrante. “El Barón Rojo”, dijo y siguió en lo suyo. Tomó un sorbo, dudando, y
de un tiro se tomó el resto. Unos cuantos tiros más y tambaleaba hasta la
salida para fumarse otro cigarrillo, cada vez que entraba encontraba un nuevo
anuncio que se había perdido entre los otros. Detrás de la barra había un
vitrina grande llena de licores diferentes de todo el mundo; en el medio
colgaba una avioneta pequeña de madera, la miraba preguntándose que hacía allí,
preguntándose si tendría dueño, si tal vez se la prestarían, si podría irse en
ella. ¡Tonterías!... Aunque pensar que esa avioneta le llevaría a cualquier
lugar en el mundo no era una idea tan descabellada, después de todo ya tenía
más de ocho tragos encima, y aunque “El Barón” no se llamaba así por el
aviador, sentía que era él quien le llevaría en su próxima aventura.
-“Ya vamos a cerrar, ¿necesita un taxi?”-
le dijo el mesero. Se levantó torpemente de la silla y salió del lugar. Solo un
par de pasos y volvió a meterse en la multitud. Ese cuento una vez más.
Tatiana Ocampo Silva
Excelente texto lo veo en un vídeo
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