Como dicen algunas señoras, parece que fue ayer, pero ha
pasado casi un cuarto de siglo desde el momento en que el doctor Builes me puso en brazos de mi madre.
Obviamente no lo recuerdo, pero existen cientos de fotografías, anécdotas y cuentos
que cuentan con lujo de detalles, aquel suceso. Y es que son, precisamente esos
pequeños grandes detalles, los que han moldeado la personalidad de quien ha vivido entre contrastes.
Nací en pleno centro de la ciudad de Medellín, pero crecí
entre los frondosos arboles del solar de una casa de un pequeño pueblo del
nordeste antioqueño. Muy temprano, mis padres decidieron que debía estudiar en
un colegio de padres y monjas, quienes se suponía, me instruirían en los
valores religiosos que me alejarían del conflicto que se vivía en mi región.
Fui un alumno ejemplar asta que me di cuenta que las niñas se
fijaban mas fácil en el matón de la clase, y fue así como en un periodo de 2
meses, pase de estar metido en el club científico, la infancia misionera y las
ferias de la ciencia, a estar en el patio de atrás del colegio, jugando futbol
con uniforme de gala mientras los demás compañeros estaban recibiendo clase en
el salón.
Seguía siendo buen estudiante, solo que a mi manera. Me las
ingeniaba para terminar mis tareas rápido, para tener más tiempo para salir a
jugar. Nunca me fue mal en los exámenes, ni en los trabajos, pero pronto los
profesores me hicieron entender que un buen estudiante no podía ser
indisciplinado, y que a los indisciplinados había que perseguirlos.
Sintiéndome perseguido aprendí a defenderme, y entendí que
para defenderme debía hacerlo con buenos argumentos, y que para tener buenos
argumentos debía entender a la perfección las pautas de conducta que regulan mi
entorno. Fue así cuando encontré mi primera gran vocación, encontrar la forma
de hacer frente a ese macabro código llamado manual de convivencia.
Esa fue la primera gran revelación que tuve en mi vida,
entender que las normas tienen tantas interpretaciones, como interpretantes
existan, y que siempre prevalece, no la
interpretación de la mayoría, sino la de quien exponga más convincentemente la
suya.
De estar en un colegio de padres y monjas, pase a uno
militar, allí aprendí que la esencia seguía siendo la misma, tener los
contactos apropiados, y saber vender tus propias interpretaciones de la norma.
Del colegio militar, pase a la universidad publica, y allí
entendí que el mundo es dominado, por quienes saben vender no solo sus
interpretaciones de las normas, sino sus amañadas interpretaciones del mundo y
de la vida. Estando allí, quise conocer de primera mano, otra realidad, la de
la universidad privada, puesta al servicio del mundo capitalista.
Hoy, muy rol en el mundo, en la sociedad, e incluso en mi
propia familia, ha sufrido un cambio fundamental, un estado de cosas al que me
estoy adaptando y del que en un futuro tendre algo que contar.
K. Esteban García G.
K. Esteban García G.
asta es HASTA
ResponderEliminar...pero pronto los profesores me hicieron entender que un buen estudiante no podía ser indisciplinado, y que a los indisciplinados había que perseguirlos.....