¡Qué calor!
¡Qué
calor! Digo mientras camino por el campus universitario buscando un lugar a donde
huir del insoportable sofoco de las 2:20 de la tarde. Decido visitar un lugar
no muy concurrido por mí (si mal no recuerdo, lo he visitado tres o cuatro
veces desde que existo en la universidad) para relajarme luego de una semana de
estudio complicada. Después de caminar unos 5 minutos para llegar al lugar, lo
logro y entro sin dificultad, ya que las puertas de vidrio están abiertas. Al ingresar
inmediatamente giro mi cabeza a la derecha y observo el interior de una oficina,
pero “sigo derecho” y paso por otra puerta donde me detienen y me piden el
carnet; saco mi billetera y lo empiezo a buscar con afán, los segundos pasan y
no lo encuentro, hay personas detrás de mí que esperan impacientemente a que yo
ingrese para escapar del intolerable calor que hace, continúo la búsqueda de mi
carnet, la fila detrás de mí aumenta cada vez más, mi frente empieza a sudar y
justo cuando la persona que estaba atrás de mí quiere decirme algo encuentro mi
carnet en el espacio más recóndito de mi billetera. El encargado del lugar me
registra en un computador, me devuelve el carnet y entro muy campante y sacando
pecho.
Una
vez adentro, tambaleo en las baldosas blancas porque el piso está liso y
mojado; miro a mí alrededor para saber si alguien me ha visto hacer el ridículo
pero el lugar está desierto aún, sólo hay casilleros en el recinto. Me llama la
atención que el piso es blanco, las paredes son blancas, el techo es blanco
¡jamás había visto tanta blancura en mi vida! Guardo mis cosas en uno de los casilleros y camino hacia mi verdadero
destino, pero antes de llegar atravieso por unos potentes chorros de agua helada (que no me
caen nada mal en ese momento) salgo de nuevo al aire libre, hay una
pequeña pileta, doy unos pasos a la
derecha y subo unas escalas saludo a algunos conocidos que están sentados en un
jacuzzi bajo una carpa y sin más preámbulo transito por el ardiente piso, bajo
las escalas sin quitar la mirada de la piscina y me lanzo al agua para darme un
chapuzón.
Juan David Velásquez
buena historia
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