martes, 28 de febrero de 2012


¡Qué calor!

¡Qué calor! Digo mientras camino por el campus universitario buscando un lugar a donde huir del insoportable sofoco de las 2:20 de la tarde. Decido visitar un lugar no muy concurrido por mí (si mal no recuerdo, lo he visitado tres o cuatro veces desde que existo en la universidad) para relajarme luego de una semana de estudio complicada. Después de caminar unos 5 minutos para llegar al lugar, lo logro y entro sin dificultad, ya que las puertas de vidrio están abiertas. Al ingresar inmediatamente giro mi cabeza a la derecha y observo el interior de una oficina, pero “sigo derecho” y paso por otra puerta donde me detienen y me piden el carnet; saco mi billetera y lo empiezo a buscar con afán, los segundos pasan y no lo encuentro, hay personas detrás de mí que esperan impacientemente a que yo ingrese para escapar del intolerable calor que hace, continúo la búsqueda de mi carnet, la fila detrás de mí aumenta cada vez más, mi frente empieza a sudar y justo cuando la persona que estaba atrás de mí quiere decirme algo encuentro mi carnet en el espacio más recóndito de mi billetera. El encargado del lugar me registra en un computador, me devuelve el carnet y entro muy campante y sacando pecho.

Una vez adentro, tambaleo en las baldosas blancas porque el piso está liso y mojado; miro a mí alrededor para saber si alguien me ha visto hacer el ridículo pero el lugar está desierto aún, sólo hay casilleros en el recinto. Me llama la atención que el piso es blanco, las paredes son blancas, el techo es blanco ¡jamás había visto tanta blancura en mi vida! Guardo mis cosas en uno de los  casilleros y camino hacia mi verdadero destino, pero antes de llegar atravieso por unos  potentes chorros de agua helada (que no me caen nada mal en ese momento) salgo de nuevo al aire libre, hay una pequeña  pileta, doy unos pasos a la derecha y subo unas escalas saludo a algunos conocidos que están sentados en un jacuzzi bajo una carpa y sin más preámbulo transito por el ardiente piso, bajo las escalas sin quitar la mirada de la piscina y me lanzo al agua para darme un chapuzón.

Juan David Velásquez

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