lunes, 20 de febrero de 2012

A veces es bueno retroceder, no perdí nada cuando decidí regresar.


Diez de la noche y me dispongo a entrar a un bar, el cual sería testigo de la historia que comenzaría en mi vida. Era de mi agrado, estaba decorado con un estilo un poco caribeño y de anticuario, no era muy iluminado, pues había pocas lámparas, lo que hacía que el lugar pareciera romántico. Al entrar me recibió una salsa y un mesero de ojos verdes quien nos ubicó en una de las mesas del lugar. El bar no estaba muy lleno, decidimos sentarnos en una mesa al lado de la tarima, en donde se encontraban varios instrumentos, lo que me hizo pensar que más tarde tocaría alguna orquesta. De repente llega el mesero, otro distinto al que nos atendió al entrar, algunos pidieron unas cuantas cervezas y yo una limonada de coco. Al regresar con el pedido, pude observar al muchacho de camisa negra, jean y sombrero blanco, quien al principio no había detallado lo suficiente y quien sería el que robaría mi atención a lo largo de toda esa noche y  toda la madrugada.

Mientras sonaba la música y la noche iba transcurriendo fueron llegando más personas, parejas y grupos de amigos o familiares quienes llenaban el lugar, aunque para lo grande que era el bar parecía un poco solo, pero no me importaba pues la estaba pasando bien, aunque mis amigos no se veían muy a gusto, pues nadie se paraba a bailar. Mientras ellos hablaban me dirigí al baño y mientras caminaba por el bar, disimuladamente buscaba entre la oscuridad aquel mesero de piel trigueña que nos atendió, pero no estaba por esos lados. Cuando salí, lo vi atendiendo otras mesas y percibí que él tenía algo especial. Sentada en la mesa uno de mis amigos me hablaba pero mis ojos solo estaban concentrados en lo que me decía, ya que otra parte de mi y sobretodo mi cabeza estaba pendiente a lo que pasaba alrededor, especialmente con los meseros, y mientras aquel amigo hablaba y hablaba mire hacia afuera y allí estaban ellos, eran tres: uno con un porte de modelo, otro blanquito ojos verdes, quien nos había atendido al llegar, y finalmente él, con algo especial, en ese momento mis ojos se dirigieron directamente hacia él, y solo lo miraba reírse y reírse, al parecer estaba hablando de algo divertido con los compañeros, luego, de un momento a otro el giro su mirada hacia adentro por si había alguna mesa que atender pero se encontró con una niña que no le quitaba los ojos de encima, y sí era yo, en ese momento me hice la despistada y voltee la cabeza para otro lado, dejé que pasaran un par de segundos , volví a mirar de reojo y me sentí con mucha pena al ver que los tres me estaban mirando.

A eso de las 12 llegaron los músicos y comenzaron a tocar, más que todo salsa y merengue, observé que solo una pareja que parecían ser esposos estaban bailando y el resto estaban concentrados viendo tocar a los músicos, cuando de repente, este mesero a  quien le colgaba de su cuello un rosario, sacó a bailar a la administradora del lugar, ella sonrió, diciéndole que no, pero él la agarró del brazo y ella se levantó, comenzaron a bailar y yo solo hacia una cosa, mirarlo. Luego de varias canciones, me cansé de estar sentada y le dije a un amigo que bailáramos, él me dijo que sí y comenzamos a bailar, pero cada vez que tenía la oportunidad miraba a este mesero de piel trigueña, sonrisa coqueta, ojos oscuros y gruesos brazos, yo sabía que él se estaba dando cuenta, pero la noche ya estaba terminando y la verdad no me importaba.

Varias veces lo llamé para pedirle otras cervezas, y cada vez que él llegaba a la mesa lo analizaba un poco más. La última vez que nos atendió pude ver que tenia parte de su piel tallada, me imagino que tenía algún  tatuaje, pero algo dentro de mí quería saber que tenía pintado.

Eran mas o menos las 2 de la madrugada y varias personas comenzaron a retirarse del lugar, en ese momento solo quedaban dos mesas ocupadas, una con un grupo de 3 o 4 personas, y la de mis amigos y yo. Yo no me quería ir,  quería saber más sobre él, muchas veces se me pasó por la cabeza ir de nuevo al baño y preguntarle alguna bobada para hacer conversación y poderlo conocer, pero la pena no me dejaba, aunque ese sexto sentido, que dicen que tenemos las mujeres me decía que las cosas no llegarían hasta ahí.
Después de media hora uno de mis amigos lo llamó y le pidió la cuenta, lo cual me llenó de un poco de tristeza, en realidad me quería quedar en ese lugar, tomando otra buena limonada de coco y junto a ese mesero quien había logrado robar toda mi atención parte de la noche de aquel sábado y de la madrugada del Domingo.

Cuando nos levantamos para irnos, él estaba a la salida del bar esperando para abrir la puerta, por un momento pensé qué hacer para despedirme, pero no se me ocurrió nada, tal vez a él tampoco le importaría mucho si yo hacía algo o no, así que preferí dejar las cosas así. En el momento en que iba saliendo, se cae el sombrero, yo muy interesada lo recogí, y cuando se lo quise entregar, él me dijo que me lo llevara que era un recuerdo del bar. Le agradecí y con una sonrisa acepté llevarlo. Al salir del bar, mientras caminaba hacia el carro me di cuenta que en la parte de adentro había algo escrito, al leerlo quedé sorprendida pues allí decía: “Se que cuando leas esto, quizás ya estas lejos, pero no pierdes nada si decides regresar “.




Nathaly Gutiérrez Eljach

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