jueves, 16 de febrero de 2012

REFLEXIONES EN TORNO A LA CIUDAD: proyecto de aula


REFLEXIONES EN TORNO A LA CIUDAD: NUESTRAS BABELES ECLÉCTICAS


Por: Oscar Jairo González Hernández. Profesor del Pregrado de Lenguajes y Comunicación Audiovisual. Universidad de Medellín.

 

PRESENTACIÓN:


En esta reflexión sobre la ciudad moderna, intentaremos abordarla en el sentido  en que la ciudad, cualquiera que ella sea y que denominemos así, por su carácter y su forma estructural, es fundadora y formadora de la racionalidad y de la sensibilidad de un ciudadano. Cuando la ciudad moderna se transforma en su estructura física,  también el ciudadano se transforma, y tiende de manera radical y consciente a transformar sus relaciones con ella. De manera que las ciudad, nuestras Babeles Eclécticas, como las he llamado, tienen ese poder y esa trascendencia en la construcción de relaciones de los ciudadanos, en la medida en que son relaciones entre un ciudadano mismo, del mismo para con los otros y de ellos, como comunidad, para con la ciudad, o sea su medio y su realidad fascinante y truculenta, con la mediación y la intervención de una conciencia basada en el arte.
Ya que la ciudad en sí misma, no dice nada. Al decir de Arthur Danto, crítico de arte, aquello que lo llevo a decidirse por hacer crítica de arte, lo provoco en él,  el contacto con la ciudad de Nueva York. De no existir Nueva York, no habría sido crítico de arte, dice.  El artista Piet Mondrian, cambia y transforma, incrementándolos y dándole nuevas formas y dimensiones, a sus principios estéticos, en la medida hace observaciones de la naturaleza misma de dos ciudades, esenciales para él, en su formación estética: París y Nueva York.  Y lo mismo puede ocurrir a un crítico de arte y un artista en nuestras eclécticas ciudades modernas, ya que la construcción de la ciudad hoy, es interminable y quizá allí radican sus factores de incitación a constantes reflexiones, desde innumerables  perspectivas, como las que aquí procedemos a proponer:

1.     Museo y ciudad: Un tratado de la observación metódica.
2.    De la intervención de la ciudad como formación estructural del ciudadano.
3.    La ciudad y el arte: Geometría de lo insólito y lo nuevo en el arte.



MUSEO Y  CIUDAD: UN TRATADO DE LA OBSERVACIÓN METÓDICA



“Lo que no es dañino a la ciudad, tampoco daña al ciudadano. Siempre que imagines que has sido víctima de un daño, procúrate este principio: si la ciudad no es dañada por eso, tampoco yo he sido dañado. Pero la si la ciudad es dañada, ¿no debes irritarte con el que daña la ciudad? ¿Qué justifica tu negligencia? (1) Marco Aurelio.
                                                                                                               
No todos los ciudadanos se hallan instalados en la necesidad, en la intención y en la intensidad de hacer un trayecto por un museo, porque para ellos, y con toda razón, el museo es aquello que tiene existencia donde ellos no están y donde ellos no son.
Otros dirán que el museo dice y habla de la muerte. Y otros considerarán que eso en nada contribuye a su formación y a la dimensión de la realidad.
Otros se apoyarán en el hecho de que el museo nombra cosas que han ocurrido y que ya no tienen sentido. Y esa relación e intervención se da entonces más que nada en el orden de lo que es la visibilidad y de la realidad de la muerte. Hecho evidente: nadie quiere saber de lo que está muerto y de la muerte. De ese modo la intervención del museo no comunica lo trascendental sino lo intrascendente, lo innecesario y lo subsidiario.
Museo e “historia” coinciden totalmente y esto hace entonces que cuando no nos interesa esa “historia”, lo mismo ocurre con nuestra relación con el museo. Museo e “historia” hablan y hacen relación con la muerte. Museo y muerte es más o menos lo que un ciudadano puede observar allí y que ese trayecto por el museo es el mismo de la muerte. 

Odia al museo y odia a la historia. Resulta como consecuencia el hecho de que ir y hallarse en el museo es por ello mismo una prueba y una experiencia que no se desea hacer.

Como lo evidenciamos en Witold Gombrowicz, cuando dice: “Así que esa excursión al Louvre no era tan inocente como pudiera parecer. Escaleras. Estatuas. Salas. Al franquear nosotros el umbral de este templo, empezaron a ocurrir cosas raras, aunque cada uno de diferente manera: él de repente adoptó un aire místico como si su sensibilidad, aumentada súbitamente, le hubiese dado alas, se acercaba a los cuadros y a las estatuas en un estado de tensión, se notaba que lo vivía y eso me enfurecía, ya que sospechaba que él lo vivía para mí, para atraerme a ese culto. Entonces, cuanto más se exaltaba, yo me volvía m{as flemático y apático. Con expresión de perfecto campesino echaba unas miradas de ciudades a aquellas salas llenas de la monotonía infinita de las obras de arte, aspiraba ese olor a museo que da dolor de cabeza, mientras mis hijos se deslizaban de un cuadro a otro con esa expresión de mezcla de aburrimiento y menosprecio que produce el exceso.” (…)(2)
Es en la medida en que el museo se transforma más que nada en lo que está vivo dentro de la ciudad es el momento en el que la ciudad misma se hace un museo también.
Ya de esa forma la ciudad es museo y el museo la ciudad, por lo cual hacer una intervención de la ciudad es también hacerla del museo. El museo sólo resuelve y alcanza su transparencia y necesidad cuando se hace ciudad, y cuando él mismo hace de la quietud que le es característica consubstancial, su movimiento y el sentido de su rotación.
La universidad y el museo son también la ciudad. Factores que obstaculizan esta relación y esta intervención son considerables, porque nuestros museos –y en un futuro nuestra ciudad- sólo se abordan y se podrá acceder a ellos en unos momentos de la vida muy determinados y condicionados, y quedan allí como resultado de una condición y no de un deseo o de una necesidad de extender y diseminar la conciencia sensible y crítica. O sea, se hace como una tarea y un taller.
Hacemos entonces de esa intervención y relación un hecho más para la “historia” y no para llenar y cubrir la memoria. El museo se halla entonces en otro mundo y en otra realidad: la de los artistas y la de los llamados “seres sensibles”.
Cabida no tienen aquellos que quizá también querrían hacer un trayecto por su misma estructura sensible y racional. Con el museo ocurre lo mismo que con lo que llamamos “Arte”: el arte es de los iniciados que poseen la sensibilidad y el conocimiento estético, y los que no lo poseen, evidentemente están excluidos de realizar esa intervención y esa relación. O se creen excluidos o se los hacemos creer. Todo hombre (ciudadano) es un artista, como lo decía lúcidamente Joseph Beuys (3).
Tenemos entonces una fractura y fisura irresoluble: dos mundos, dos ciudades y dos ciudadanos, en ese sentido. Una comunidad que no está haciendo ella misma como Penélope su Telar y su Hilo no tiene nada que hacia lo que está en lo próximo y hará devenir como hacedor y constructor de su mundo. Devendrá entonces el museo como ciudad y la ciudad como museo, solamente cuando se alcance esta conciencia de la necesidad de la formación. Lo que hemos llamado: formación estructural del ciudadano. De no ser así el museo continuará siendo una estructura accesoria de la ciudad y por eso mismo  podrá en cualquier momento ser destruida sin que nadie reclame su existencia. Y por ello mismo destruida en consecuencia la relación estética del ciudadano con la ciudad y a la vez se dará la destrucción total de la relación ética de los ciudadanos. El museo es como el hilo conductor del conocimiento sensible. Eso es lo que llamamos relaciones estético-éticas.
Hacer una intervención del museo en esa forma y ese movimiento, con la intención y el propósito de destruir la inmovilidad se inscribe en la necesidad de hacer que el conocimiento sensible y estético se apoye en el museo y es entonces es una tentativa maravillosa e inquietante el procurar hacer de la ciudad un museo y del museo una ciudad.
El ciudadano aborda la ciudad como museo, la lleva en él y está hablando es en esa ciudad y habla también en el museo. Y cuando se habla de la muerte del museo es en la misma naturaleza, medida y dimensión de la muerte de la ciudad.
“El arte eterno tendría sus funciones, así como los poetas son ciudadanos”, decía Rimbaud. El ciudadano es entonces el artista y proyecta sobre la ciudad ideal y real, lo que sueña y lo quiere de ella en el presente y en el futuro.


DE LA INTERVENCION DE LA CIUDAD COMO FORMACIÓN ESTRUCTURAL DEL CIUDADANO

El hombre dirigido por la Razón es más libre en la Ciudad, donde vive conforme al decreto común, que en la soledad, donde no obedece más que a sí mismo. (4) Baruch Spinoza





Dadas las circunstancias en las que se realizó y se realizará el proyecto de la modernidad y con la intención de darle una forma y un método a aquello que constituye también en la esencia de la formación del Docente y el Dicente,  se hace necesario involucrarlos y llevarlos a hacer y construir lo que llamamos   Intervención de la ciudad y la formación del ciudadano, y de sus relaciones estético-éticas  y que tiene como principio hacerle consciente y crítico de que esa Intervención se hace mediante la razón sensible (Mafessoli) y que tiene como vías el método de la observación, el método de la crítica y el método de la Invención. Y es esa construcción y de-construcción de la ciudad y la formación del ciudadano,  la que tiende a fortalecer la comunidad.  
Esa intervención de la ciudad que realiza el ciudadano como un trayecto hacía sí mismo, es la que lo insta a rodear y poseer un territorio y lo hace también nómada en otros. Nomadismo del ser y del saber,  formación de lo ideal y de lo real. Como dice Alexander Kojéve: “El hombre difiere del animal porque es ciudadano; no puede realizarse como hombre sino por la intermediación del pueblo organizado en el Estado” (5) Constructivismo de lo real y método de la construcción de lo sensible.

El  método de intervención de ciudad es en todo sentido, desde lo inicial, la revelación de la ciudad por el hilo de Ariadna de la observación y por la inmediación con la reflexión. De la intervención se obtiene también que el ciudadano construye como artista y le da forma y sentido a sus relaciones con el Otro.
Desde el momento en que se interviene la ciudad ideal que se construye desde lo real es cuando entonces deviene la conciencia del ciudadano, y ese ciudadano ya se siente y se experimenta como estructura misma de la ciudad dentro de la arquitectura total.  Y por eso mismo él hace la Universidad una y la misma ciudad. Pero como bien lo sostiene H. G. Gadamer en un brillante ensayo titulado: “Ciudadanos de dos mundos”: “Platón lo sabía muy bien y por ello opuso a su “Estado de instrucción” el Estado político. Aquí aparece la última comunidad de seres humanos que hace posible la vida estatal y ciudadana en la utopía de un orden que renuncia a todo individualismo” (6).
La intención del ciudadano es formar la ciudad y participar e intervenir en ella desde una dimensión de lo sensible y del intento y la tentativa de hacer huellas y hacer su propio Libro de Fundaciones. Por eso el ciudadano, ya cuando se ha experimentado y percibido como tal, extrae y excava la textura y contextura de la ciudad, lo que también le hará más ciudadano y le propiciará el concebir la ciudad desde una visión de movimiento y rotación.
Transformado el ciudadano se transforma la ciudad. De allí vemos como entonces los que intervienen la ciudad lo hacen desde sí mismos, con todo el conocimiento que tienen de sí mismos y de la ciudad como tal, y es allí donde se da la transformación de la misma, en quien la observa y quiere transformarla. Es más, la transforma inclusive para sí mismo, como lo hace el surrealista Paul Eluard, al hacer está tentativa de transformación dela ciudad de París, que podría resultar absurda: “(…)  P. 10: ¿La República (en la Plaza de la República)? R.:… P.11: ¿La columna Vendôme? R.: Derribarla repitiendo con cuidado la ceremonia de 1871. P. 12: ¿El Sacre-Coeur? R…: … P. 13: ¿El Trocadero? R… P. 14: ¿El Caballero de la Barra? R.: Destruirlo en la plaza de la Opera. P. 15: ¿El león de Belfort? R.: Posarle encima del lomo un escafandrista sosteniendo en la mano derecha un cacharro donde una gallina esté en remojo. P. 16: ¿La Ópera? R.:… P. 17: ¿Los Inválidos? R.: Reemplazar por una alameda. P. 18: ¿El Palacio de Justicia? R.: Destruirlo. En su emplazamiento construir una piscina. P. 19: ¿La Sainte-Chapelle? R.:… P. 20: ¿El Chabanis? R.:… P. 22: ¿El Nacional? R.:… P. 23: ¿La estatua de Panhard? R.: Añadirle un polizonte que ruede bajo las ruedas. P. 24: ¿La estatua de Alfred de Musset? R.: Ponerle enfrente la estatua de un vigoroso exhibicionista, visiblemente fascinado por la musa.” (7). Cada quién, a su manera, construye su ciudad y la transforma, ya que es necesario para no ser caotizado ni destruido por ella. Invención dela ciudad contra la destrucción del ciudadano mismo. Intervención que desde el ideal de una ciudad nueva, lo lleva a inventarla, para liberarse de vivir como un condenado en ella.
Cuando la ciudad es considerada por el ciudadano como una masa de extrañas relaciones, no de aquellas que ya están dadas, es el instante en que comienza a tener otro trato con la ciudad, hace otro tratado de la misma, descubre su verdadera anatomía, sus verdaderos músculos y su verdadera temperatura. Adquiere conciencia sobre lo que él y ella son, en una simbiosis extraordinaria y escandalosa. No hay manera de sentirla como intoxicante y destructiva. Es así entonces, cuando adquieren sentido y son dadoras de sentido y de trascendencia, y lo que hacen los ciudadanos es consumirse maravillosamente en lo que ellos hacen trascender. Ya  no es lo trascendental hacia Dios sino lo que el ciudadano hace trascender para sí mismo y para los otros. 
Extrae como una palanca mecánica el sentido y la trascendencia de la ciudad y de su ser como ciudadano, hace de ella su territorio y lo explora como lo hace el ciudadano en su nueva conquistada naturaleza; combina y yuxtapone entonces unos modos y métodos de sus saberes y de sus inquietudes. Y ese saber y esa inquietud le proporcionan una técnica y un instrumento sensible y crítico para abordar la ciudad en su totalidad. No existen entonces las barreras y los obstáculos que hacen que la realidad de la vida y la realidad de ciudad no estén en el mismo orden de lo real y de la realidad, ya que de no ser a sí no existiría  el ciudadano. No nos queda duda de que es el ciudadano el que hace y construye las fibrillas y las hebras de la textura y del texto de la ciudad.
Con la intervención de ciudad se prepara al estudiante para ser ciudadano y que realice el trayecto y el proyecto que quiere y se quiere desde esa fascinante estructura que propone Lévi-Strauss: Mirar, Escuchar y Leer. Con ese horizonte el ciudadano interviene extensamente en la construcción de aquello que lo realiza: la comunidad ciudadana. Y lo relaciona con esta nuestra ciudad y todas las ciudades del mundo.  



LA CIUDAD Y EL ARTE: GEOMETRÍA DE LO INSÓLITO Y LO NUEVO EN EL ARTE


Cuando se habla de la ciudad y el arte, podría creerse de antemano  que todos sabemos  qué es la ciudad y qué es el arte. Resulta de por sí, que entonces lo que encontramos al principio de este acercamiento a este tema, sean una serie de obstáculos, de barreras e inclusive de fronteras que nosotros mismos, como observadores, nos establecemos; porque sin duda, estamos instalados, dentro de unas estructuras demasiado formales y demasiado racionales, que hacen muy evidente nuestra incapacidad para ver la ciudad, para verla como arte, para vernos a nosotros mismos como artistas.
Toda vez que se dice ciudad y arte quedan pues imprecisiones, vacíos y problemas formulados, en la medida en que no podemos definirlos con la exactitud, la concreción que quisiéramos. La ciudad es indefinida, es imprecisa e improbable; lo mismo es el ciudadano, indefinido, impreciso e improbable. La ciudad es para el ciudadano que participa en su construcción,, porque está ambos en construcción constante, porque son ambos una obra de arte inacabada; por eso mismo siempre está interviniéndose él a sí mismo e interviniendo la ciudad.  Es una tarea infinita, por eso contiene elementos de orden estético, de sensibilidad, de impresiones, de pasiones y al mismo tiempo, de muerte, de insensibilidad, de cansancio, de tedio. Queda al ciudadano artista, hacer posible la combinación de estos elementos para explotar con mayores resultados lo que ciudad y él mismo tienen y son.
De este modo la ciudad es para los ciudadanos, una ciudad invisible, inalcanzable e inabordable, por lo tanto lo que ocurre en ella, no nos ocurre a nosotros. Nada más equivocado, que concebir la ciudad, como un hecho accesorio, instrumental y funcional para nuestra vida en la ciudad, sino que es un hecho fundamental, principal y fundador de mis relaciones con ella y con los otros ciudadanos.

Así  mismo, como consecuencia inevitable y problemática, por lo demás; el arte es también considerado en esa misma dimensión. Es ornamento, es aquello con lo que se llena la ciudad, como se da cuando la ciudad se “llena” de esculturas-basura, que realmente no realizan su verdadera finalidad, la estética. La de provocar la observación estética. Goce de lo estético extraído de la escultura, que de por sí, debe llevar  entonces a la necesidad de comenzar una formación. Formación es aquí, para la ciudad y para el arte, dar forma a la ciudad. Queremos decir, que cuando se observa, por ejemplo una escultura, lo que esta ha de propiciar es el deseo de conocer más; por lo tanto, había una enseñanza, así y esta fuera momentánea, como toda verdadera enseñanza. 
La ciudad es entonces un taller de formación para el arte, cada vez que el ciudadano hace una inmersión, una penetración y una travesía por ella; de modo tal, que ella también lo atraviesa, lo vulnera y le da forma. Es en ese taller llamado ciudad donde se conocen las técnicas para vivir la ciudad, para hacerla vivir con nosotros. Y por eso entonces la ciudad se mira como quien mira un cuadro de un artista, la artesanía de un artesano, la escultura de un escultor y la construcción de un constructor.
Hacer ver la ciudad es vernos a nosotros mismos, y por eso la ciudad y sus ciudadanos se hacen indestructibles e invulnerables, o sea, conservan en movimiento su tradición, su historia, su nombre como ocurrió en el Renacimiento con artistas como Leonardo da Vinci, Lucas Cranach o Alberto Durero,  que llevaron los nombres de sus ciudades hasta su muerte, inclusive hasta más allá de su muerte.  Eran la ciudad eterna, podría decirse.  
Todo eso le orienta, le dice cosas, le introduce inquietudes, le propicia percepciones. O sea, le trastorna el orden normal y formal, para incitarlo a caminar por otros territorios de esa ciudad. Territorializa la ciudad por observar con una técnica artística. Geómetra del tiempo y del espacio; ciudadano de la perspectiva. El ciudadano es artista porque en cada momento esta inventando la ciudad, eso es lo que hace un artista cuando hace arte, es decir, inventar siempre lo nuevo. El ciudadano se orienta en la ciudad, porque posee arte, y ese arte es trascendental para él como para la ciudad. Decía Nietzsche en 1874 a Erwin Rodhe: “(…) Y yo odio las ciudades mezcladas y sin carácter, que no constituyen una totalidad”(8). Nos queda por hacer que la ciudad sea una totalidad: mezcla de ideal, de sueño compartido entre los ciudadanos. Contra las ciudades devastadas, la ciudad hecha arte por todos los ciudadanos, no por uno.

 

CONCLUSIONES:


En este trayecto, que hemos hecho, y que ha sido desde y vía de un texto, nos lleva a decir, que la ciudad es también un texto, y que así mismo podemos leerla y examinarla, vivirla y poseerla; en lo que cada ciudadano considere hace y abarca su ciudad como  una totalidad. Ciudad libro y teatro. Y en ella hace su formación y le da forma y sentido a su vida. Relación indisoluble de la vida del ciudadano y de la vida de la ciudad, qué ambos realizan y desarrollan desde sus estéticas, sus inquietudes y su maravillarse en ella, concibiendo la ciudad como “otra naturaleza”, la misma que le da y le quita un carácter y una forma de ser. 
Y es desde la conciencias sensible y crítica en la que cada  ciudadano se forma, desde la que hará devenir sus relaciones con la ciudad tentacular, determinándolas y de esa manera le llevarán hacer constantes simbiosis, conexiones y eclecticismos en ella, o sea, estructurando la construcción de una summa dialéctico con la que pueda dar mayor dimensión de sentido a lo que es él en ella y a lo que quiere ser.  Trayectos de asimilación y desasimilación. Formación estética consistente en conocernos a nosotros mismos y a nuestra (s) ciudad (des), estableciendo los hilos conductores y en movimiento indecible entre  lo arbitrario y  lo coherente.

Notas:


1, MARCO AURELIO. Meditaciones. Madrid. Editorial Gredos. 1983. Pág. 106.
2. GOMBROWICZ, Witold. Recuerdos de Polonia. Barcelona. Editorial Versal. 1994. Págs. 64-65.
3. BODENMANNN-RITTER, Clara. Cada hombre, un artista. Conversaciones en Documenta 5. 1972. Madrid. Visor. 1995.
4. SPINOZA, Baruch. Ética. Proposición LXXXIII. Madrid. Editorial Sarpe S.A. 1984. Pág. 44.
5. KÓJEVE; Alexander. La dialéctica del amo y el esclavo en Hegel. Buenos Aires. Editorial La Pléyade. 1982. Pág. 48.
6. GADAMER, Hans-Georg. La herencia de Europa. Barcelona. Ediciones Península. 1990. Pág. 65.
7. ÉLUARD, Paul. El poeta y su sombra. Barcelona. Icaría Editorial. 1981. Pág. 19. Búsquedas experimentales acerca de ciertas posibilidades de embellecimiento de una ciudad. 12 de marzo de 1933.
8. NIETZSCHE, Friedrich. Correspondencia. Madrid. Aguilar de ediciones. 1989. Pág. 132.

Revista Círculo de Humanidades. Polifonías. Medellín. Universidad Autónoma Latinoamericana. Nro 30. Noviembre 2009. Págs. 18-24.



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